La relación de Andrés Manuel con los militares se intensifica cada día más. Ya lo he dicho aquí varias veces en este espacio: se han vuelto los constructores del sexenio; los repartidores de dinero, becas, libros y vacunas; vigilantes de pipas; próximos administradores de empresas (si bien algunas sin futuro); directores absolutos de la política de seguridad nacional; administradores de aduanas y puertos; monopolizadores de diferentes rubros de la administración pública. Habría que agregar a esta lista un larguísimo etcétera.
Se podría decir en términos musicales que la relación de López Obrador con el ejército mexicano ha ido ‘in crescendo’, poco a poco subiéndole de decibeles a una convivencia que debería ser institucional y muy acotada. Esto es, con sana distancia entre las actividades y obligaciones de uno y otros para con el país.
Lo que hasta hace unos pocos años se oía como franca exageración de los críticos más feroces de López Obrador y su proyecto de nación (argumentando a partir del ejemplo de Venezuela en particular), hoy ya no parece tan descabellado. Las interrogantes surgen: ¿qué está haciendo AMLO con las Fuerzas Armadas?, ¿las está comprando?, ¿silenciando?, ¿controlando?, ¿sólo confía en ellas? Y si es así, ¿qué costo tendrá todo esto para el país?
Tal vez, dada la amplia cantidad de obligaciones y canonjías, también sean válidas las siguientes preguntas: ¿el ejército controla a López Obrador o es al revés?, ¿lo están chantajeando?, ¿está siendo amenazado por este?, ¿qué le sabe el gremio miliar? o, con tantas dádivas, ¿qué quieren lograr, que planean hacer estas y/o el presidente?
La relación ha dejado de ser normal. Tal vez algunos no lo noten, pues se asemeja un poco al ‘Bolero de Ravel’; sigue un esquema curioso. Parte de unos pocos compases que se reiteran constantemente, añadiendo en cada repetición la compañía de nuevos instrumentos, hasta conseguir en su despiadada monotonía un efecto orquestal deslumbrante al oyente, casi demencial.
El relato de la continua concesión y abierta idolatría hacia las Fuerzas Armadas de México —en los dichos y los hechos— es una copia región 4T de esa pieza antes descrita. Monótona repetición de dar cada vez mayores responsabilidades, fuerza y dinero al ejército que dibuja una relación ya francamente malsana y, por lo mismo, preocupante. Y lo que inició como una tenue melodía, hoy es una pieza ruidosa que es imposible no escuchar.
La última estridencia se oyó apenas ayer cuando Andrés Manuel sentenció que la administración del Tren Maya será llevada por los militares. Se puede pensar que es un regalo envenenado pues todos los estudios realizados al respecto de ese proyecto demuestran que solo el tramo de Cancún a Playa del Carmen es rentable. Pero puede ser también que, aunque solo una parte funcione del mismo, se esté fraguando un desfalco a la nación para beneficiar a la cúpula del cuerpo militar.
Nuestro país ha tenido históricamente (no han faltado razones) una tensa relación con el Ejército. Admiramos por momentos su valía, su actuar desinteresado y eficaz ante cada embate de la naturaleza. Respetamos su castrense sobriedad y su silenciosa entrega en las actividades intrínsecas a su razón de ser.
Pero una vez que dichas diligencias abandonan su estricta formación militar e invaden las esferas del actuar civil y de la administración pública, las marchas de orden se convierten solo en tambores que presagian la tormenta. Las FA despiertan temor en la sociedad, y existen múltiples justificantes para ello.
Los dos últimos presidentes generales Lázaro Cárdenas del Río y Manuel Ávila Camacho prefiguraron la necesidad de separar el poder castrense del civil. ¿Por qué quien se considera el presidente historiador no ha tomado nota de esto? Particularmente extraño cuando hizo de su campaña conciencia sobre ello.
Cuando las posiciones se invierten, el segmento civil suele llevarse la peor parte. Pero a pesar de que esta lección se conoce de sobra, el sonar de las marchas militares continúa aumentando en México. Momento de tomarnos esta anómala y malsana relación mucho muy en serio.
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